En Colombia seguimos
viviendo a la penúltima moda. La asignación del famoso «fluido
eléctrico» se está haciendo a dedo.
El año de 1991 fue muy
bueno para los profesores de Macroeconomía pues los desaciertos del equipo
económico sirvieron para ilustrar algunos conceptos modernos de la
macroeconomía. La impotencia de las autoridades monetarias para controlar la
economía colombiana sirvió para ilustrar la falta de efectividad de la política
monetaria en una economía con movilidad de capital y tasas de cambio fijo.
En este año el turno le
ha tocado a los profesores de microeconomía. La situación del sector eléctrico
puede servir para ilustrar algunos conceptos microeconómicos básicos. Como bien
lo dice el Profesor Samuelson en su libro, «la economía es el estudio de
la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir
mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes grupos». Por
tanto la explicación de la asignación de recursos escasos es una de las tareas
primordiales de la microeconomía.
El fracaso del sistema
comunista en la asignación de recursos escasos ha convencido a todo el mundo de
la ineficiencia de las economías planificadas. En Colombia seguimos viviendo a
la penúltima moda. La asignación del famoso «fluido eléctrico» se
está haciendo a dedo. El Gerente de la Energía y el Ministro de Minas definen
quien puede trabajar cada día y a las horas en que uno puede utilizar sus
computadores, tomarse un tinto o disfrutar de la maravillosa programación de la
televisión. Las definiciones de si se debe generar en las termoeléctricas o en
las hidroeléctricas se hace con base a unos programas de computador que
pretenden simular el mercado.
La economía nos enseña
que el sistema de precios produce una mejor asignación de recursos que los
sistemas dirigidos por los comisarios del plan. Los precios altos son una señal
que indican que el recurso es muy valioso y que su uso debe limitarse. Por el
contrario, el precio bajo de un bien indica que es bastante abundante y que su
utilización debe ser intensa.
Los encargados del
sector eléctrico han ignorado olímpicamente la importancia de las señales dadas
por el sistema de precios. En estos momentos en que hay escasez el precio de la
energía no ha variado. La racionalidad económica nos indica que tanto
consumidores como productores deberían pagar un precio más alto en épocas de
escasez. Si las Empresas de Energía se hubieran enfrentado a precios altos por
la materia prima o sea el agua habrían tomado la decisión de cambiar de
combustible y hubieran alistado las plantas termoeléctricas para poder generar.
Los consumidores han debido tener unos precios más altos a medida en que el
agua se iba acabando para obligarlos a ahorrar energía y para hacer rendir el
precioso líquido.
En una encuesta
informal que he venido realizando, he podido comprobar que hay muchas personas
que encuentran mejor pagar un aumento temporal de tarifas a cambio de disfrutar
la energía a todas horas. Esto no es de extrañar, pues se sabe que los costos
de racionamiento pueden llegar a ser diez veces el valor de la tarifa. Las
mayores tarifas permitirían disminuir estos altos costos de racionamiento e
incentivarían un verdadero ahorro de energía. Con tarifas altas los incentivos
para ahorrar energía serían considerables. La energía se utilizaría, sin lugar
a dudas, únicamente para los que es absolutamente indispensable.
Este esquema basado en
el mercado sería mucho mejor que el actual programa de racionamientos en que
cándidamente se ha privilegiado a un grupo como el industrial que estaría
dispuesto a pagar más por la energía con tal de mantener el suministro. La
amenaza de cárcel para el industrial que no conserve la energía es realmente
inoperante. No solo va contra los más elementales derechos humanos sino que lo
único que va a ser es aumentarle los ingresos a los funcionarios del Ministerio
a los que se le asigne el control.
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