La absurda costumbre de
cobrar la misma tarifa a todos los usuarios de una ruta ha incentivado la
expansión de las ciudades lo que se traduce en viajes más largos y costos
operativos crecientes.
La semana anterior se
volvió a agitar el tema del transporte en Bogotá. La Revista Semana dedicó su
portada al problema del transporte urbano en Colombia y la Administración
Distrital cerró la licitación para otorgar por concesión la construcción y
operación de un sistema de transporte masivo en la capital de la república.
La importante
publicación semanal nos presenta un retrato bastante aterrador de lo que se
avecina si no se toman las medidas adecuadas. Según esta publicación, es
posible que a la vuelta de algunos años sea más rápido movilizarse a pie que en
automóvil y que el período pico se extienda durante todo el día.
La situación ha llegado
a estos extremos debido a un aumento considerable en el número de los carros
particulares y a un marcado deterioro del transporte público. No solo se
presenta una absoluta falta de control por parte de las autoridades lo que ha
llevado a una total indisciplina por parte de los conductores y usuarios sino
que las políticas han sido infortunadas.
El sistema de rutas del
transporte colectivo no se ha adaptado a la nueva estructura de las grandes
ciudades. Las rutas pasan por los sitios de mayor demanda sin una justificación
técnica. La concentración de las rutas en puntos neurálgicos de la ciudad
contribuye a un aumento injustificado de la congestión y a un aumento
considerable de la contaminación ambiental.
La prohibición de
llevar pasajeros de pie en los llamados servicios ejecutivos, ha contribuido a
aumentar la congestión y a encarecer el costo de los pasajes. Los costos reales
de operación de los buses han crecido en un más de un ciento por ciento en los
últimos diez años debido en buena parte a la disminución en la ocupación de los
buses. La expansión de la ciudad y la costumbre de extender las rutas hacia la
periferia han sido otras de las causas de esta explosión en los costos
operativos y en los precios pagados por el usuario.
La absurda costumbre de
cobrar la misma tarifa a todos los usuarios de una ruta ha incentivado la
expansión de las ciudades lo que se traduce en viajes más largos y costos
operativos crecientes. La práctica de un cobro uniforme independiente de la
distancia debe desaparecer a la mayor brevedad posible ya que no tiene ninguna
justificación. El cobrar la misma tarifa para viajes diferentes es tan absurdo
como sería cobrar el mismo precio por todos los tamaños de una gaseosa. Si los
productores de gaseosas adoptaran esta práctica muy pronto entrarían en una
crisis similar a la que están enfrentados los transportadores colombianos.
El cambio en esta y
otras prácticas absurdas debería venir acompañado por la puesta en marcha de un
sistema de transporte masivo. La respuesta de importantes firmas y gobiernos ha
mostrado que es posible contar con la participación del sector privado en un
proyecto de esta envergadura. Los empresarios han encontrado atractivo asumir
el riesgo de posibles sobrecostos y demoras siempre y cuando se les garantice
un retorno adecuado a su inversión.
La ciudad debe
aprovechar este impulso para tratar de solucionar de una vez por todas este
grave problema antes de que llegue a los extremos que nos vaticina la revista
Semana.
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