Los mejores espacios de televisión, son asignados a los más allegados a los gobernantes de turno. Cómo lo ha manifestado recientemente Francisco Santos, en su columna de El Tiempo, el asignar un buen espacio al mayor financiador de la campaña no es algo que nos pueda hacer sentir orgullosos.
En el último número de
la revista Business Week, en una pequeña nota, se comentan los problemas que ha
tenido la asignación de las frecuencias para los sistemas de teléfonos
celulares en los Estados Unidos. A mediados de los ochenta, la FCC realizó una
lotería entre ricos solicitantes; los médicos, abogados y otros profesionales
que tuvieron la buena suerte de ganarse las licencias, las vendieron por varios
millones de dólares a las empresas que querían montar sistemas celulares.
Recientemente, se ha
vuelto a repetir la lotería de las frecuencias con resultados igualmente
criticados. El Presidente de la agencia encargada de la regulación de las comunicaciones
ha sugerido que en lugar de este procedimiento se adopte uno como el que hemos
venido recomendando en estas columnas, para la adjudicación de los espacios de
la televisión colombiana.
El procedimiento
consiste en subastar los recursos escasos (frecuencias para los sistemas
celulares o los espacios de la televisión), asignándolos al que ofrezca el
mayor precio por ellos. La gran ventaja del mecanismo de subasta es, que el
dinero que los empresarios están dispuestos a pagar por los recursos escasos va
al bolsillo que toca y no queda en el de unos afortunados que se ganaron la
lotería. Esta injusta distribución de los beneficios se ha pensado eliminar en
los Estados Unidos mediante cambios en la legislación que se piensan estudiar
en este otoño.
Si la introducción de
mecanismos de subasta se presenta como una alternativa muy interesante en los
Estados Unidos, su adopción para la asignación de los espacios de la televisión
colombiana tendría ventajas adicionales.
En los Estados Unidos
la asignación se hace por una lotería mientras que en Colombia se hace a dedo.
Los mejores espacios son asignados a los más allegados a los gobernantes de
turno. Cómo lo ha manifestado recientemente Francisco Santos, en su columna de
El Tiempo, el asignar un buen espacio al mayor financiador de la campaña no es
algo que nos pueda hacer sentir orgullosos.
Adicionalmente, en Colombia los espacios no pueden ser negociados
libremente. En los Estados Unidos los que se ganan la lotería tienen la entera
libertad de vender los espacios. La empresa que piense que puede prestar el
mejor servicio buscará comprar la frecuencia y estará dispuesto a pagar el
máximo por la frecuencia. A través de este libre intercambio, las frecuencias
quedarán en las manos de los más capacitados.
En Colombia, por el
contrario, los programas quedan en la mano de los afortunados
«licitantes». Como no es muy claro que los que contribuyen más a las
campañas presidenciales sean los mejores para realizar programas de televisión,
el sufrido televidente tiene que aguantarse a los Juan Guillermo Ríos.
Como economista, yo le
aconsejaría al gobierno que en el futuro las licitaciones se conviertan en
verdaderas subastas. Por el momento, como televidente, le pediría que
permitiera vender el privilegio que se les otorgó a los licitantes.
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