Las reuniones de los
jefes de estado latinoamericanos deberían seguir el ejemplo del G7 y buscar una coordinación de la política
económica.
Cada vez que se reunen
los siete representantes de los países más avanzados surge el tema de la
coordinación de la política económica. Los Jefes de Estado reiteran siempre la
importancia de lograr una política armónica que facilite el logro del tan anhelado
equilibrio macroeconómico.
En las declaraciones
finales de este evento anual, aparecen siempre reafirmaciones relacionadas con
la importancia de mantener una política económica prudente. Por lo general, se
condena el desequilibrio fiscal y se hacen recomendaciones sobre metas
deseables en el frente monetario, fiscal y cambiario que sean coherentes con el
equilibrio económico a nivel de cada uno de los países.
Además, en ocasiones
como la presente en que existen discrepancias entre las políticas económicas de
algunos de los participantes se busca llegar a un compromiso entre los
diferentes países con el fin de buscar una solución de compromiso que permita
realizar el ajuste a un costo menor.
Aunque el proceso de
negociación es bastante complicado en ocasiones produce resultados
interesantes. El llamado acuerdo del Louvre logrado a mediados de los ochentas
permitió un ajuste en la paridad cambiaria de las principales monedas que
permitió una devaluación efectiva del dólar. La devaluación del dólar contribuyó a mejorar la competitividad de la economía
Estadounidense y redujo en algo el superávit comercial del Japón y Alemania.
Desafortunadamente, a
nivel latinoamericano las cumbres siguen siendo eventos orientados hacia los
medios de comunicación que producen muy pocos efectos a corto plazo. Los
problemas de coordinación de política económica entre socios comerciales no se
tratan, tal vez para no dañar el ambiente festivo de la reunión.
Problemas tan graves
como el de la crisis en Venezuela y su posible efecto en las relaciones
comerciales con sus vecinos nunca son objeto de discusión ni mucho menos se
busca un acuerdo que no perjudique a los vecinos. En este caso los países
tratan de solucionar sus problemas exportándoselos a los vecinos. El desempleo,
la recesión, la devaluación y la inflación se convierten en los principales
productos de exportación.
Un repaso de lo vivido
en Colombia como consecuencia de la maxi devaluación de Venezuela en 1982
muestra que la falta de coordinación en las medidas es perjudicial para la
buena marcha de los procesos de integración. En efecto, la maxi devaluación
afectó de manera importante a la economía fronteriza llevándola a una situación
recesiva que afecto particularmente la industria manufacturera. La década del
ochenta fue una década perdida para la industria del Norte de Santander. Los
niveles de producción industrial al final de los ochentas estuvieron por debajo
de los alcanzados a comienzos de la década.
Los desequilibrios
comerciales creados por la maxi devaluación y el costo fiscal y monetario de
las medidas adoptadas para paliar los efectos adversos de las políticas
venezolanas, exacerbaron los desequilibrios de la economía colombiana y
aceleraron nuestra propia crisis cambiaria y fiscal. Las cifras muestran que la
economía fronteriza solo se recobró en 1985 cuando el país bajo la acertada
dirección del Ministro Junguito realizó el exitoso ajuste cambiario y fiscal.
El próximo gobierno
deberá considerar prioritario el problema con Venezuela y lograr unos acuerdos
de política económica que faciliten el ajuste en los dos países. Se debe evitar
que se adopten medidas cuyo principal efecto sea la colombianización de la
crisis.
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