La pérdida de confianza
en la política económica de un gobierno es en extremo grave.
Las cifras del costo de
vida correspondientes a septiembre muestran que en 1994 tampoco se pudo cumplir
con la meta de inflación. En efecto, en nueve meses la inflación llegó a
18.14%, cifra muy similar a la establecida para todo el año. Más aún, la inflación
en los últimos doce meses es superior a la meta establecida para los años 91 a
93. Llevamos cuatro años sin haber llegado a una inflación anual inferior al
22% a pesar de todos los esfuerzos del gobierno y el Banco de la República.
Ante este permanente
fracaso de nuestras autoridades económicas, cabe preguntar qué tan grave ha
sido esto para el país. Sin llegar a la posición extrema de que toda inflación
es mala y que por lo tanto la única meta razonable en el frente inflacionario
es la de estabilidad total de precios, se podría decir que la lucha contra la
inflación ha sido el mayor fracaso de la Administración Gaviria y puede llegar
a convertirse en una gran frustración durante la Administración Samper.
La pérdida de confianza
en la política económica de un gobierno es en extremo grave. En la medida en
que los agentes económicos no confien en que se van a alcanzar las metas
establecidas, comenzarán a alterar su comportamiento y con ello contribuirán a
que no se puedan cumplir las metas propuestas. Si todo el mundo se convence de
que las autoridades económicas no toman en serio las metas inflacionarias y que
en consecuencia no tomarán las medidas necesarias para alcanzar dichas metas,
comenzarán a protegerse aumentando sus precios y buscando aumentos salariales
inconsistentes con las metas del gobierno. Con políticas poco creibles el
quiebre de las expectativas inflacionarias se convierte en tarea poco menos que
imposible.
La falta de
credibilidad en las autoridades monetarias no solo hace difícil el logro de las
metas de inflación sino que abre paso a una lucha de todos contra todos que
conduce a cambios en los precios relativos agravando el problema de asignación
de recursos. La infructuosa lucha contra la inflación en los últimos cuatro
años ha venido acompañada de una importante revaluación real del peso. Si es
grave que la inflación esté por encima de la meta oficial del 19 por ciento,
más grave aún es que durante estos últimos doce meses la devaluación haya sido
inferior al cuatro por ciento. El exportador ha experimentado un costo en sus
gastos locales superior al 22% mientras que sus ingresos en pesos apenas ha
sido de un ocho por ciento. Una brecha de esta magnitud es imposible de cerrar
con un aumento normal de productividad.
El aumento de los precios
relativos de los bienes no transables ha sido otra de las consecuencias
desafortunadas de nuestra lucha con la inflación. Los precios de la vivienda y
de los servicios locales han crecido más rápido que los de artículos que entran
en el comercio exterior y como natural consecuencia las inversiones se han
dirigido a estos sectores en detrimento de los sectores orientados al comercio
exterior.
El fracaso reiterado de
las políticas orientadas a la lucha contra la inflación no solo han tenido
consecuencias graves sino que también puede influir negativamente en el futuro.
Los empresarios y los trabajadores al revisar las cifras de septiembre de 1994
y al pensar en la inevitabilidad del pacto social no pueden menos que dedicarse
a pensar en la mejor manera de protegerse. Los empresarios tratarán de subir
sus precios para que la posible concertación no los sorprenda con precios
demasiado bajos. Los trabajadores buscarán mejorar su posición antes de que se
de comienzo a tan novedoso experimento. Esta lucha para mejorar su posición en
el partidor lo único que producirá será una aceleración de la inflación en los
meses anteriores a la iniciación del pacto social.
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