Mientras que la competencia en las cervezas aleja cada vez más la posibilidad de tener
que ver los partidos de fútbol a palo seco, la falta de competencia y los
continuados errores de política
mantienen latente la posibilidad de un racionamiento de energía
eléctrica
Simultáneamente con el comienzo de la guerra de las polas ha
vuelto al tapete el tema de un posible apagón. Mientras que los clientes de los monopolios
privados de la cerveza comienzan a independizarse de su habitual proveedor, el
sufrido usuario del monopolio estatal tiene que seguir acudiendo a las
rogativas a San Pedro para que en los próximos años no se presente con mucha
intensidad el fenómeno del Niño.
Mientras que la competencia en las cervezas aleja cada vez mis la
posibilidad de tener que ver los partidos de fútbol a palo seco, la falta de
competencia y los continuados errores de política mantienen latente la
posibilidad de un racionamiento de energía eléctrica
En efecto, la política energética de 1995 sigue tan
equivocada como la que nos llevó al apagón de 1992. Los precios de la energía eléctrica se
mantienen por debajo de su costo conduciendo a una equivocada asignación de
recursos. Los usuarios residenciales en
Colombia continúan consumiendo mucha más energía eléctrica que en otros países
de igual grado de desarrollo. Los bajos
precios de la electricidad en Colombia siguen incentivando su despilfarro en la
cocción de alimentos y en el calentamiento de agua para el baño. Colombia sigue manteniendo el dudoso
privilegio de ser la nación en donde el consumo residencial de electricidad es
superior al consumo industrial de energía eléctrica. A pesar de la amarga experiencia de 1981 y
1992 seguimos dependiendo en grado sumo de las hidroeléctricas. A pesar de tener tarifas industriales mis
altas que las de los países a los cuales exportamos nuestro carbón nos seguimos
creyendo el cuento de que la energía hidroeléctrica es mucho más barata que la
térmica.
Pero más grave aún que mantener una política equivocada de
precios es aumentar sus distorsiones. En
aras de un pacto social se sacrifica la viabilidad financiera de las empresas
del sector. La posibilidad de contar con
inversión del sector privado es cada vez más remota cuando se pospone
indefinidamente el ajuste de las tarifas residenciales y el desmonte de los
subsidios a los consumidores del servicio eléctrico.
El plan de masificación del consumo de gas avanza lentamente
debido a los bajos precios fijados para el gas.
Ante la imposibilidad de importar masivamente gas tenemos que seguir
esperando que aparezcan depósitos de gas cerca a los grandes centros de consumo
que permitan servir las principales ciudades. Con aumentos del 18 por ciento en
el precio del gas es casi imposible que
el sector privado encuentre atractivo en el negocio y por lo tanto es necesario
seguir dependiendo del monopolio estatal.
Y como si esto fuera poco, el efecto tequila ha comenzado a
sentirse en el costo de capital. Un
sector como eléctrico tan intensivo en capital y tan dependiente del ahorro
externo es, sin lugar a dudas, tremendamente vulnerable a los eventos ocurridos
en el frente cambiario. Los encargados
del sector eléctrico no deben olvidar lo que – ocurrió en 1982 cuando el no pago
de deuda mejicana desencadenó la crisis en toda Latinoamérica. Los mercados comenzaron a cerrarse, las tasas
de interés subieron y finalmente las devaluaciones masivas acabaron con la viabilidad financiera de unas empresas con
altos niveles de endeudamiento externo.
Ante un panorama tan incierto, el sector eléctrico debe
dejar de preocuparse por si va a haber un apagón este año y comenzar a discutir
si sus políticas de precios son coherentes con una inversión del sector
privado. También debe analizar las
implicaciones de cierre del crédito externo y de una posible devaluación
masiva. Si no lo hace volveremos al
triste espectáculo del sacrificio de inocentes funcionarios del sector
eléctrico para calmar a un público enardecido por haber soportado las
consecuencias de un apagón.
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