El gran esfuerzo dedicado por los académicos a dilucidar algo tan
complejo como si las reformas estructurales han mejorado la distribución del
ingreso parece perdido cuando uno comienza a indagar sobre la calidad y
relevancia de la información utilizada para su medición.
Uno de los debates que ha generado mayor interés en los últimos meses ha
sido el del impacto de la apertura económica en la distribución del
ingreso. Los primeros análisis
realizados por el Banco de la República mostraban que la apertura económica
había tenido un impacto positivo en la distribución del ingreso. Sin embargo, Eduardo Sarmiento quien por ese
entonces ocupaba la Decanatura de Economía de los Andes comenzó a cuestionar la
validez de los resultados, señalando que estos resultados se debían a un
deficiente tratamiento de los datos por parte de los investigadores del Banco
de la República.
A partir de la observación de Eduardo Sarmiento, surgió un interesante
debate en los medios académicos sobre el tratamiento estadístico de los datos
procesados por el DANE en sus encuestas de hogares. Al final de muchas
discusiones se pudo aclarar que el DANE estaba utilizando un código de varios
nueves para indicar que el ingreso mensual de los hogares era superior a un millón
de pesos. Por tanto si se utilizaban los
datos sin tener en cuenta esta convención se estaba incurriendo en un sesgo
estadístico pues se subvaloraban los ingresos de las familias más ricas, y esto
llevaba a producir indicadores de distribución del ingreso que mostraban una
aparente mejoría.
Una vez descubierta la falla, comenzaron a surgir procedimientos de
ajustes para corregir el sesgo introducido por el tratamiento convencional
utilizado por el DANE. Los académicos desempolvaron las fórmulas que se
utilizaban en épocas anteriores en las cuales había que trabajar con los datos
publicados cuando no era posible tener acceso a los archivos magnéticos de las
encuestas de hogares. Debido a la corta
memoria de algunos de los que intervenían en el debate, las discusiones
resultaron innecesariamente largas y a veces estériles pues prácticamente hubo
que inventar de nuevo el agua tibia.
Al final de tan acalorado debate, los académicos han producido una serie
de números para el periodo antes de la apertura y para el periodo posterior a
la apertura. Los números producidos
coinciden en la primer cifra significativa y muestran una tendencia hacia una
peor distribución en sus dos últimas cifras significativas. Para los críticos de la apertura los datos
son una muestra suficiente del impacto negativo de las reformas estructurales
de los noventa mientras que para el observador imparcial parecen estar
mostrando apenas un proceso imperfecto de medición en el que el resultado puede
depender en buena parte de la muestra seleccionada. Realmente, hay más acuerdo en los indicadores
de distribución de ingreso a través del tiempo que las que hay entre la opinión
de si el presidente debe renunciar medida a través de diferentes encuestas.
El gran esfuerzo dedicado por los académicos a dilucidar algo tan
complejo como si las reformas estructurales han mejorado la distribución del
ingreso parece perdido cuando uno comienza a indagar sobre la calidad y
relevancia de la información utilizada para su medición. En primer lugar, los que hemos trabajado con
las encuestas de hogares del DANE, sabemos que la manera de formular las
preguntas de ingresos es deficiente y que además nunca se somete esta pregunta
a un análisis meticuloso de su calidad, por la razón obvia de que la encuesta de
hogares tiene como objetivo primordial el medir el empleo y el desempleo.
Más aún, para efectos de evaluar si el nivel de vida de las familias ha
mejorado es necesario tener presente la verdadera capacidad adquisitiva de las
familias. Por tanto es necesario tener
en cuenta tanto los impuestos pagados como los subsidios recibidos, así como el
poder adquisitivo del dinero medido en términos de bienes. El ingreso que aparece en las encuestas de
hogares mide de manera imperfecta lo que recibe la familia y no tiene en cuenta
los impuestos, los subsidies ni mucho menos las ventajas que puede haber traído
las familias la rebaja los aranceles y la nueva gama de artículos que se
introdujeron con ocasión de la apertura.
Infortunadamente, el debate por establecer las dos últimas cifras del
llamado coeficiente de Gini parece estar llevándonos a mirar los árboles en
lugar de mirar al bosque. Es necesario
mirar el problema de la distribución del ingreso una perspectiva de más largo
plazo. Lo que debe quedar claro es que
Colombia tiene una distribución del ingreso muy concentrada y que es de
beneficio común lograr una mejor distribución.
También debe quedar clara que a pesar de las profundas reformas de
comienzos de los noventa, el impacto de las reformas ha sido marginal y que por
lo tanto lo que se requiere es continuar trabajando en eliminar las grandes
desigualdades que caracterizan el desarrollo colombiano. Esto no se logra en cinco años sino que
requiere un profundo cambio en la concepción misma del Estado y mejorando su
eficiencia y eficacia. Las reformas de
los noventas son apenas la primera fase de lo que hay que hacer. Cinco años de reformas no pueden arreglar un
problema tan complejo. Devolvemos a una
economía dirigida no parece la solución pues lo que se necesita es entrar a la
segunda fase de las reformas.
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