El método utilizado
para atender el desbalance entre oferta y demanda ha sido tremendamente injusto
e ineficiente. Un método basado en el sistema de precios hubiera sido más
eficiente.
En los primeros quince
días del año los periódicos han tratado en diversas ocasiones el tema
energético. Las autoridades han mantenido una actitud bastante ambivalente en
lo referente a la disminución del racionamiento. Como Hamlet, las autoridades
energéticas han estado dudando entre disminuir o no el horario de
racionamiento. La entrada de una nueva unidad en el Guavio y las lluvias de
enero son motivo de optimismo y hacen presagiar una reducción del
racionamiento. La posible repetición de un verano como el del año pasado y el
recuerdo de la masacre de un martes en la noche en que las cabezas del sector
eléctrico rodaron en una alocución presidencial, hacen diferir la decisión de
reducir la severidad del racionamiento.
Esta cruel
incertidumbre de comienzos del año es una manifestación más de la alta
dependencia en generación hidráulica. El apagón de 1992 nos ha enseñado que el
sistema colombiano basado en hidroeléctricas es muy poco confiable. La
capacidad real de generación es muy inferior a la teórica. Los principales
embalses como el agregado de Bogotá nunca se pueden llenar pues la contribución
de los ríos apenas cubre los requerimientos de generación. La capacidad real de
los embalses cada vez es más insuficiente. La demanda de energía ha venido
creciendo mientras que los flujos que entran a los embalses han venido
decreciendo por la deforestación y la capacidad real de los embalses ha
disminuido.
Si se tiene en cuenta
además el incremento en la demanda para uso humano y para riego es posible
concluir que el desarrollo del sistema eléctrico colombiano debe orientarse
hacia una utilización mayor de las plantas térmicas. Nuestra riqueza
carbonífera nos puede permitir suplir sin problema las necesidades de materia prima.
No parece lógico que sigamos exportando carbón e importando energía. Es mucho
más lógico utilizar el carbón en Colombia para generar electricidad.
Otra importante lección
que nos ha dejado el apagón es que el sistema de precios de la energía está muy
distorsionado. Estas distorsiones en el sistema de precios han agravado los
problemas causados por una mala planeación y operación del sistema eléctrico
colombiano. En efecto, las tarifas de la energía eléctrica para el sector
residencial son demasiado bajas y los usuarios están utilizando
ineficientemente la electricidad para cocinar y para calentar agua que puede
hacerse a un costo menor mediante otros energéticos.
Los bajos niveles de
las tarifas para el sector residencial no son el único problema existente en
los precios de la energía eléctrica. Es bastante grave que los precios no
indiquen la escasez relativa de un bien.
El precio de la energía debería ser más alto en momentos de escasez y
más bajo en momento de abundancia. El usuario trataría de ahorrar en los
momentos de escasez y los productores redoblarían sus esfuerzos para atender
estas épocas de vacas flacas.
La experiencia de otros
países puede servir para aminorar el impacto de un sistema demasiado
dependiente en centrales hidroeléctricas. En Brasil existen tarifas
diferenciales según la estación. En épocas de verano las tarifas son más altas
que en las épocas de lluvias. Cinco mil consumidores que representan el 53% del
consumo nacional pagan una tarifa más alta entre mayo y noviembre. En estos
meses la tarifa por kilovatio-hora sube un 15 por ciento en relación con los
meses lluviosos.
Las empresas
colombianas podrían pensar en recargos cercanos al 20% en los meses de enero a
marzo con el fin de incentivar el mejor uso de la energía. Los ahorros en el
consumo permitirían sortear estas épocas de bajas lluvias sin tener que apelar
a un racionamiento tan fuerte. El método utilizado para atender el desbalance
entre oferta y demanda ha sido tremendamente injusto e ineficiente. Un método
basado en el sistema de precios hubiera sido más eficiente y hubiera resuelto
el problema de una manera mucho más rápida.
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