Cualquier aumento por
encima del 15 por ciento se está dando a costa de la competitividad del sector
exportador colombiano.
Los niños y los
trabajadores esperan con ansiedad el mes de diciembre. Los primeros esperan la
llegada del niño Dios con sus regalos navideños y gozan con la pólvora que
acompaña las novenas de aguinaldos. Los segundos se ponen contentos pues saben
que durante el mes de diciembre les llega no solo la tan esperada prima sino
también la ilusión del aumento en sus salarios. Con sorprendente regularidad
por esta época navideña, los trabajadores esperan lograr satisfacer los anhelos
permanentemente pospuestos.
La discusión sobre el
aumento del salario mínimo se torna por esta época en una de las noticias de
mayor cubrimiento en los medios de comunicación masiva. La discusión en las
negociaciones laborales se centra, muchas veces, en el ajuste por inflación.
Para algunos el ajuste por inflación debe reflejar el aumento en el costo de
vida del año pasado, mientras que para otros el ajuste por inflación debe
reflejar el aumento de la inflación esperada para el año entrante. Los primeros
piensan que las consideraciones de justicia con el trabajador deben conducir a
que éste mantenga su nivel de vida pasado. Los segundos argumentan que la
lógica económica señala que lo pasado, pasado y que las decisiones deben
basarse en las expectativas de lo que puede pasar en el futuro.
Las discrepancias entre
las dos maneras de pensar se hacen evidentes en períodos en los que las
autoridades económicas están llevando a cabo un plan de estabilización exitosa,
pues la inflación esperada es inferior a la observada en el año anterior. Adicionalmente,
durante los períodos de estabilización se pone de manifiesto la inercia inflacionaria que tiene
un sistema de ajuste ligado al índice de costo de vida.
En épocas recientes se
ha considerado importante incluir, además del aumento en el costo de vida, un
incremento debido al aumento en la productividad del trabajo. La discusión se
polariza, entonces en dos cifras. La primera corresponde a la inflación
esperada incrementada por el aumento en la productividad y la inflación
esperada incrementada en dos puntos porcentuales que representa el aumento de
la productividad. En el caso colombiano la primera cifra podría estar alrededor
de un 21 por ciento y la segunda alrededor del 24 por ciento.
Las negociaciones sobre
salario mínimo se han venido desarrollando entre estos dos límites y es
probable que terminen más cerca del límite inferior. La principal razón de que
esto ocurra se deriva del proceso de internacionalización de la economía
colombiana. Como bien lo anota la Revista Dinero «la mano de obra colombiana
se está encareciendo en dólares, lo cual reduce la capacidad para competir de
los productores nacionales con sus contrapartes de otros países.» Este
encarecimiento en dólares que se inició en 1990 y es simplemente
una de las manifestaciones del famoso mal holandés no puede continuar sin
causar serios estragos en la actividad productiva.
Infortunadamente, el
parar este encarecimiento, en dólares, de la mano de obra colombiana solo se
puede lograr mediante un frenazo en el ritmo de crecimiento de los salarios en
pesos. Por ejemplo, si quisiéramos mantener los salarios al mismo nivel de
nuestras contrapartes en los Estados Unidos el aumento para el año entrante
debería ser de apenas un 15 por ciento. Dicho de otra manera, cualquier aumento
por encima del 15 por ciento se está dando a costa de la competitividad del
sector exportador colombiano.
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