Cuando finalmente llegamos a una cifra mágica de seis millones de habitantes, nos encontramos ante una situación extremadamente difícil.
Según cálculos realizados por expertos demógrafos con amplio récord de acierto, Bogotá se levantará el día de mañana con seis millones de habitantes. La ocasión es propicia para hacer algunas reflexiones. En primer lugar, es conveniente anotar que, al igual que en el cuento del pastorcito mentiroso, algunos demógrafos perdieron su credibilidad y ya no les van acreer que al fin llegamos a la mítica cifra de los seis millones de habitantes.
Tal vez el mayor desfase en las proyecciones de población se dio en el Estudio de Transporte Fase II realizado en 1972. Revisando el estudio, uno puede calcular que los consultores se equivocaron el bobadita de 13 años en el tiempo en que Bogotá llegaría a los seis millones. Lo que se pensaba iba a ocurrir en 11 años tomó 24 años.
La revisión de otros estudios muestra que tampoco han sido afortunados en el campo de las proyecciones de población. El estudio del Metro de Bogotá, publicado en septiembre de 1981, calculaba que a los seis millones de habitantes se llegaría en 1987 si se daba la hipótesis alta de crecimiento, o a más tardar en 1989 si se daba la hipótesis baja de crecimiento poblacional. El tamaño poblacional que se alcanzaría 15 años más tarde era previsto para seis u ocho años después de terminado el estudio. Las inversiones necesarias para arreglar el problema de transporte de 1996 según el estudio era necesario hacerlas inmediatamente.
Si los políticos le hubieran creído a los demógrafos hoy podríamos estar abocados a un grave problema de sobre-dimensionamiento. Estaríamos endeudados pagando un Metro, los teléfonos funcionarían y serían fáciles de conseguir. Desafortunadamente, las autoridades no han tomado las decisiones correctas y hoy en día, cuando finalmente llegamos a una cifra mágica de seis millones de personas, nos encontramos ante una situación extremadamente difícil. La infraestructura de transporte es inadecuada, la congestión es rampante y el descontento ciudadano es inmenso. Si ahora decimos que no hay calles, ni servicios públicos, ni vivienda para tanta gente ya no nos creen.
La falta de confianza en las predicciones de unos expertos ha impedido tomar medidas importantes recomendadas por la gente que ha mostrado una buena capacidad de predicción. Los que han acertado en este difícil trabajo de predecir el futuro, han venido recalcando dos consecuencias importantes del crecimiento demográfico que no se han considerado siquiera.
En primer lugar, al llegar Bogotá a un tamaño de seis millones y ante la escasez de tierra, la tendencia natural es un desbordamiento hacia las localidades vecinas. El proceso de crecimiento urbano ya no se puede dar dentro de los límites político-administrativos de una ciudad sino que debe analizarse dentro de un contexto metropolitano. Las soluciones a los problemas urbanos requiere de un esfuerzo coordinado de Bogotá y los municipios ubicados en su área de influencia.
Por otra parte, el crecimiento de la ciudad ha desembocado en una serie de ciudades con necesidades muy diferentes que deben atenderse en forma diferente. Bogotá no es una ciudad homogénea sino que está compuesta por siete u ocho ciudades, que requiere una atención especial y que buscan una solución apropiada a sus necesidades. La figura del Alcalde y sus colaboradores es cada vez más de carácter simbólico. Nadie puede pretende que el Alcalde por más brillante que sea, conozca los problemas de las localidades. Más aún, no hay nadie en la Administración que posea el conocimiento de lo que pasa en la ciudad. Lo más que uno puede aspirar es que si hay un buen funcionario, éste le resuelva el tres por ciento de sus problemas. Como contar con treinta superamigos en el gabinete Distrital es imposible, el pobre bogotano se tiene que conformar con pagar los impuestos de Nueva York para obtener el nivel de vida de Somondoco.
El proceso de descentralización de Bogotá con el establecimiento de las localidades es apenas una ilusión. Las localidades actuales no responden a una realidad, son solo el reflejo de los eventos pasados. Manejar una localidad como Engativá que cuenta con más de 830 mil habitantes es muy distinto a manejar la candelaria con 29.000. Una división en 19 o 20 localidades resulta tan absurda como un manejo centralizado.
Siete u ocho comunas con bastante autonomía y con responsabilidades en la prestación de los servicios esenciales para la ciudadanía darían lugar a una interesante competencia al interior de la capital. Las comunas que les cumplan a sus habitantes florecerán y las que no cumplan se marchitarán. Los bogotanos pueden decir de una manera pacífica, trasladándose a otra comuna, lo que no pueden decidir muchas veces apelando a la fuerza.
El gran éxito del Alcalde Mockus ha sido el poder proyectar una imagen y un ejemplo a la ciudadanía. Esa labor es muy importante y por eso se justifica la existencia de un Alcalde Mayor. Lo que hace falta en la Bogotá de los seis millones es la presencia de ocho Administradores de Comunas que le respondan a la ciudadanía por un nivel de vida acorde con los impuestos y tarifas que pagan. En lugar de estar anhelando irnos a vivir a Bucaramanga o Manizales que si tienen administradores, lo que deberíamos sería establecer los mecanismos esos personajes que se conviertan en los Alcaldes estrellas de ciudades intermedias.
Según cálculos realizados por expertos demógrafos con amplio récord de acierto, Bogotá se levantará el día de mañana con seis millones de habitantes. La ocasión es propicia para hacer algunas reflexiones. En primer lugar, es conveniente anotar que, al igual que en el cuento del pastorcito mentiroso, algunos demógrafos perdieron su credibilidad y ya no les van acreer que al fin llegamos a la mítica cifra de los seis millones de habitantes.
Tal vez el mayor desfase en las proyecciones de población se dio en el Estudio de Transporte Fase II realizado en 1972. Revisando el estudio, uno puede calcular que los consultores se equivocaron el bobadita de 13 años en el tiempo en que Bogotá llegaría a los seis millones. Lo que se pensaba iba a ocurrir en 11 años tomó 24 años.
La revisión de otros estudios muestra que tampoco han sido afortunados en el campo de las proyecciones de población. El estudio del Metro de Bogotá, publicado en septiembre de 1981, calculaba que a los seis millones de habitantes se llegaría en 1987 si se daba la hipótesis alta de crecimiento, o a más tardar en 1989 si se daba la hipótesis baja de crecimiento poblacional. El tamaño poblacional que se alcanzaría 15 años más tarde era previsto para seis u ocho años después de terminado el estudio. Las inversiones necesarias para arreglar el problema de transporte de 1996 según el estudio era necesario hacerlas inmediatamente.
Si los políticos le hubieran creído a los demógrafos hoy podríamos estar abocados a un grave problema de sobre-dimensionamiento. Estaríamos endeudados pagando un Metro, los teléfonos funcionarían y serían fáciles de conseguir. Desafortunadamente, las autoridades no han tomado las decisiones correctas y hoy en día, cuando finalmente llegamos a una cifra mágica de seis millones de personas, nos encontramos ante una situación extremadamente difícil. La infraestructura de transporte es inadecuada, la congestión es rampante y el descontento ciudadano es inmenso. Si ahora decimos que no hay calles, ni servicios públicos, ni vivienda para tanta gente ya no nos creen.
La falta de confianza en las predicciones de unos expertos ha impedido tomar medidas importantes recomendadas por la gente que ha mostrado una buena capacidad de predicción. Los que han acertado en este difícil trabajo de predecir el futuro, han venido recalcando dos consecuencias importantes del crecimiento demográfico que no se han considerado siquiera.
En primer lugar, al llegar Bogotá a un tamaño de seis millones y ante la escasez de tierra, la tendencia natural es un desbordamiento hacia las localidades vecinas. El proceso de crecimiento urbano ya no se puede dar dentro de los límites político-administrativos de una ciudad sino que debe analizarse dentro de un contexto metropolitano. Las soluciones a los problemas urbanos requiere de un esfuerzo coordinado de Bogotá y los municipios ubicados en su área de influencia.
Por otra parte, el crecimiento de la ciudad ha desembocado en una serie de ciudades con necesidades muy diferentes que deben atenderse en forma diferente. Bogotá no es una ciudad homogénea sino que está compuesta por siete u ocho ciudades, que requiere una atención especial y que buscan una solución apropiada a sus necesidades. La figura del Alcalde y sus colaboradores es cada vez más de carácter simbólico. Nadie puede pretende que el Alcalde por más brillante que sea, conozca los problemas de las localidades. Más aún, no hay nadie en la Administración que posea el conocimiento de lo que pasa en la ciudad. Lo más que uno puede aspirar es que si hay un buen funcionario, éste le resuelva el tres por ciento de sus problemas. Como contar con treinta superamigos en el gabinete Distrital es imposible, el pobre bogotano se tiene que conformar con pagar los impuestos de Nueva York para obtener el nivel de vida de Somondoco.
El proceso de descentralización de Bogotá con el establecimiento de las localidades es apenas una ilusión. Las localidades actuales no responden a una realidad, son solo el reflejo de los eventos pasados. Manejar una localidad como Engativá que cuenta con más de 830 mil habitantes es muy distinto a manejar la candelaria con 29.000. Una división en 19 o 20 localidades resulta tan absurda como un manejo centralizado.
Siete u ocho comunas con bastante autonomía y con responsabilidades en la prestación de los servicios esenciales para la ciudadanía darían lugar a una interesante competencia al interior de la capital. Las comunas que les cumplan a sus habitantes florecerán y las que no cumplan se marchitarán. Los bogotanos pueden decir de una manera pacífica, trasladándose a otra comuna, lo que no pueden decidir muchas veces apelando a la fuerza.
El gran éxito del Alcalde Mockus ha sido el poder proyectar una imagen y un ejemplo a la ciudadanía. Esa labor es muy importante y por eso se justifica la existencia de un Alcalde Mayor. Lo que hace falta en la Bogotá de los seis millones es la presencia de ocho Administradores de Comunas que le respondan a la ciudadanía por un nivel de vida acorde con los impuestos y tarifas que pagan. En lugar de estar anhelando irnos a vivir a Bucaramanga o Manizales que si tienen administradores, lo que deberíamos sería establecer los mecanismos esos personajes que se conviertan en los Alcaldes estrellas de ciudades intermedias.
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