Según destaca Business Week en su último número está resurgiendo la confrontación entre Europa y el mundo anglosajón
A fines de los años sesenta Jean Jacques Servan Schreiber escribió un libro que despertó una gran controversia a nivel mundial. En el Desafió Americano el autor francés advirtió al mundo sobre el gran peligro que representaba el auge de las compañías multinacionales con sede en los Estados Unidos. La IBM, la Boeing, la General Motors y otras grandes compañías norteamericanas se convirtieron en la gran amenaza para los países del continente europeo.
El libro presentaba además como la gran panacea la creación de compañías europeas, que con el apoyo de los gobiernos europeos se enfrentarán a los gigantes norteamericanos en los nuevos campos tecnológicos. La respuesta no se hizo esperar y el mundo vio surgir una serie de alianzas entre los gobiernos del viejo continente para apoyar la nueva tecnología y como fruto de esta alianza surgieron compañías y consorcios que absorbieron fondos de los contribuyentes europeos sin producir el resultado esperado. No sobraría advertir que al mismo tiempo que el mundo se lanzaba a luchar contra la invasión americana los japoneses comenzaron su penetración en los mercados mundiales sin que los grandes escritores notaran su presencia.
Según destaca Business Week en su último número está resurgiendo la confrontación entre Europa y el mundo anglosajón. Esta vez no en el campo de la industria sino en el campo de la política económica. Los europeos tomando prestado el modo de pensar de los neo-estructuralistas atacan al mercado como el nuevo satán. En un recuadro muy descriptivo la revista contrasta las demandas del mercado y el modo de pensar europeo. Si el mercado demanda que se reduzcan los costos laborales europeos, los europeos se sienten orgullosos de los altos estándares de vida de sus trabajadores.
Si el mercado demanda que las economías acaben con regulaciones obsoletas que impiden la competencia, los europeos piensan que la competencia crea ganadores y perdedores que contrarían sus nociones de égalite. Si el mercado demanda que los nuevos puestos de trabajo se creen en el sector de los servicios, los europeos piensan que trabajar en McDonald’s no es un trabajo atractivo y que no es compatible con la dignidad de las personas ni permite la movilidad social. Si el mercado exige que el Estado del Bienestar se reduzca para disminuir el déficit fiscal los europeos piensan que una red de solidaridad es una característica de la civilización humanista moderna.
La presión política es enorme en algunos países. Los altos niveles de desempleo y la perspectiva de nuevos ajuste fiscales para poder cumplir con las metas del tratado de Maastricht conducentes a la unión monetaria tiene preocupados a varios gobiernos europeos que se ven en posibilidad de perder el poder si se mantiene el ritmo contemplado y por lo tanto desean reducir la velocidad del ajuste.
Infortunadamente, las demoras en las reformas no parecen ser la solución. La estructura económica europea y los altos grados de regulación han llevado a pérdidas de eficiencia que impiden la competencia del sector privado en una economía cada día más globalizada. Proteger a los pequeños comerciantes franceses de la competencia de los grandes mercados no asegura que el desempleo disminuya sino que por el contrario lleva a costos elevados que a la larga atrae la competencia de grandes cadenas.
La flexibilización del mercado laboral ha mostrado grandes resultados. Según cuenta la revista americana algunos ajustes en la política laboral ha permitido crear 200.000 nuevos empleos en el período de recuperación de la economía holandesa. Estas reformas han permitido reducir la tasa de desempleo a un 6.1 por ciento que es la mitad del nivel europeo. Si esto se pudiera generalizar a toda Europa se podría hablar ya no sólo de la enfermedad holandesa sino también de la receta holandesa de flexibilizar el mercado laboral para disminuir el desempleo.
Resulta interesante percibir el gran cambio de actitud de los industriales europeos en estos treinta años. A finales de los setenta esperaban que el gobierno los protegiera de la competencia global y que los apoyara en sus planes para competir contra los americanos. Hoy en día encuentran que su solución está más por el mercado y se han convertido en sus grandes defensores. Los políticos, los sindicatos, y algunos ideólogos son los defensores del intervencionismo del Estado y están en confrontación con la Europa empresarial. El reto para los gobiernos europeos es lograr mantener un balance político entre estas dos grandes fuerzas. Por un lado la eficiencia necesaria para competir en los mercados globales y por otra la equidad necesaria para mantener el balance social.
Esta fue la última columna publicada en el Diario La Prensa
Esta fue la última columna publicada en el Diario La Prensa
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